Feministas : Violencia contra la mujer

La violencia contra la mujer, es un fenómeno que a través del tiempo se ha hecho parte de la vida cotidiana de muchos hogares del mundo. Sólo a partir de la década de los ochenta comienza a ser estudiado, tal vez por dos razones: primera, debido a que siempre se ha concebido a la familia como una institución privada, y por ende, lo que ocurra dentro de esta se entiende como un asunto privado y secreto, a los cuales ninguna persona ajena debe inmiscuirse, y segunda: porque gracias al trabajo realizado por miles de personas (especialmente mujeres) durante el siglo pasado a favor del mejoramiento de la condición de la mujer, se ha logrado captar el interés de los organismos internacionales en el reconocimiento y la identificación de la Violencia Intrafamiliar (Doméstica) hacia la mujer como un problema prioritario de salud y una violación a los Derechos Humanos. Esta violencia puede serlo física, sexual o psicológica, incluyendo las amenazas y coacciones, dándose en los ámbitos de la pareja, la familia, el social y el de los Estados, pudiendo llegar al asesinato. En 1994, en asamblea general, las Naciones Unidas aprobó la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, y en 1999, a propuesta de la República Dominicana con el apoyo de 60 países más, declarar el 25 de noviembre Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. Sin embargo, a mi parecer, existe un factor encubierto en las tres variables propuestas hasta el momento (género, edad y estereotipos culturales) que no sólo hila sino que perpetúa estas conductas de violencia en la familia. Esta variable es la historia personal, que por lo general se desarrolla en contextos violentos en su familia de origen. Los hombres violentos en su hogar suelen haber sido niños maltratados o al menos, testigos de la violencia de su padre hacia su madre. Las mujeres maltratadas también tienen historias de maltrato en la infancia, donde suelen haber incorporado modelos de dependencia y de sumisión.

En años anteriores existía la familia patriarcal ancestral sufrió durante la República y el Imperio numerosas modificaciones. El derecho sobre la vida de la mujer fue abolido. A ésta se le seguía reservando la pena de muerte en determinados supuestos, pero ya no era el marido el que decidía sobre ello, siendo la comunidad la encargada de juzgarla. En determinados momentos la mujer llegó a conseguir una cierta emancipación: podía divorciarse en igualdad de condiciones con el hombre, dejó de mostrarse como la mujer abnegada, sacrificada y sumisa y en la relación entre esposos se vio matizada la autoridad del marido. Esto ocurría principalmente en las clases altas y no evitó que la violencia siguiese dándose en el seno del matrimonio «dirigida a controlar y someter a las mujeres mediante la agresión física o el asesinato». Los avances que pudieron darse durante la República y el Imperio romano desaparecieron en el periodo oscuro del Medievo. Una sociedad que rendía culto a la violencia, la ejerció también contra las mujeres y éstas se convirtieron frecuentemente en moneda de cambio para fraguar alianzas entre familias.

En la actualidad, específicamente en febrero de 2008 el Secretario General de Naciones Unidas Ban Ki-moon lanzó la campaña ÚNETE para poner fin a la violencia contra las mujeres proclamando el 25 de cada mes Día Naranja. Entre otras actividades, en ese día se invita a llevar alguna prenda de ese color para resaltar el llamamiento a erradicar la violencia contra la mujer. La raíz de la violencia contra la mujer proviene del sistema patriarcal que hoy día puede parecer borrada; en sus orígenes, convirtió a la mujer en objeto propiedad del hombre, el patriarca. Al patriarca pertenecían los bienes materiales de la familia y sus miembros. Así, la mujer pasaba de las manos del padre a las manos del esposo, teniendo ambos plena autoridad sobre ella, pudiendo decidir, incluso, sobre su vida. La mujer estaba excluida de la sociedad, formaba parte del patrimonio de la familia, relegada a la función reproductora y a las labores domésticas. En la Roma clásica, en sus primeros tiempos, es manifiesta la dependencia de la mujer, debiendo obediencia y sumisión al padre y al marido.

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